miércoles, 13 de enero de 2010

El ejemplo de mi padre

Me preocupa en exceso lo que está sucediendo con el país. Todo el mundo quiere ser capitán y nadie marinero. Peor aún, cualquier hijo de vecino piensa que tiene derecho a subirse en el barco y dar consejos al almirante. Ahora, con esto de la participación, la ciudadanía y los consejos, nos tenemos que aguantar las opiniones de los indios, los jóvenes, los montubios, las mujeres. Del que sea.

Es verdad que antes el país era más complicado, pero al menos estaba claro quién tenía derecho a opinar. Mi padre siempre fue riguroso al respecto y recuerdo que empleó un incidente de la hacienda, hace más de sesenta años, para ilustrarme al respecto. A un día de la casa de hacienda, había estallado un problema entre los indios. Las ovejas de uno se habían comido los sembríos de otro. Para cuando mi padre llegó, la discusión llevaba ya dos días y no llevaban a ningún acuerdo. Estaban las dos partes, sus respectivas familias y un montón de curiosos.

Al ver de qué se trataba, mi padre, vivaz siempre para darme una lección, les dijo que arreglaran el asunto entre ellos, que él solo se metía cuando la cosa era con los blancos o con la hacienda. Se fue.

Volvimos una semana después y la villa estaba paralizada. Se habían destruido los cultivos unos a otros. Las ovejas estaban encerradas para que no se las robaran entre rivales. Nadie hacía nada, ni trabajar ni sembrar, con tal de que algún otro no tuviera el gusto de despedazarlo todo. Mi padre me hizo recorrer todos los huasipungos, para explicarme la situación. Después, revólver en mano, ordenó a los indios que volvieran a trabajar. Le obligó al dueño de la oveja transgresora entregarle el animal como compensación al dueño del sembrío dañado. Puso fin al asunto y dejó claro que no iba a permitir un solo día de paro.

“Ya ves, hijo mío, hay personas que no son capaces de ponerse de acuerdo en nada y que no pueden gobernarse a sí mismas. Si les dejas que opinen, se expresen y decidan, todo termina mal”, me dijo. Hoy, recuerdo, con el corazón compungido, la sabia lección de mi padre, viendo el punto al que los ecuatorianos hemos llegado.

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