Comienzo enviando un cordial saludo a todos mis lectores y seguidores. No tienen idea de cuán eterna se me hace la espera obligatoria de una semana antes de publicar. Es decir, reflexiono y observo tanto que quisiera poder compartir más contenidos con ustedes, pero ecuadorinsensato.com tiene una política estricta con los columnistas así que no queda sino esperar. Aprovecho también para dejar en claro que las amenazas que he recibido de la Comisaría Primera (“por incitar al odio”) y de la Secretaria de los Pueblos (en teoría por propugnar el racismo y el separatismo, la verdad es que por pura pica de la negrita Ocles) me tienen sin cuidado. Algún día estos payasos llegarán a mi edad y se darán cuenta de las cosas que en verdad importan.
En fin, le dedicaré mi columna a una idea que me atormenta desde el jueves pasado, cuando fui a ver un partido de fútbol en el que jugaba uno de mis nietos. Es el hijo de mi hija, uno de los pocos blanquitos y guapos que tengo. Su madre quería que lo viera jugar así que me llevó al colegio. Era un partido de selecciones, Americano contra Alemán. Mi nieto jugaba, obvio, en el Americano, como volante izquierdo.
No voy a ponerme a hacer la de locutor. Solo les comento que salí al borde de mi tercer infarto luego de ver ese partido. No de la emoción, sino de las iras de ver la flojera de todo el equipo del Americano y, sobre todo, de mi nieto. Perdieron 6 a 2 contra el Alemán, pero más que la derrota me molestó que eso de perder parecía no molestarles. O sea, ¡perdieron contra esos miserables, huasicamas desgraciados, hijos de burócratas, profesores y pequeños empresarios que son los niños del Alemán! ¡Y no les importaba!
Subí al carro de mi hija sin decir palabra. Mientras esperábamos a mi nieto, ella me contó que siempre perdían. Que la semana pasada había sido 9 a 0 contra el Mides y la otra vez 8 a 0 contra el Sarmiento. Ahí si ya fue el colmo, perder contra esos colegios tampoco. Ya le iba a saltar a la yugular a mi nieto, pero faltaba la última. El mocoso sube al carro y su primer comentario es “mami a mí no mismo me gusta esto del fútbol y de competir”. Y sale con que mejor le metan ¡en capoeira o yoga!
Perdí la cabeza y le dije a mi nieto que era un flojo, un escuincle, que si sus antepasados hubiéramos sido así él no existiría. Le dije que debería tener sangre en la cara, que debería sentir vergüenza de perder contra esa gente y que estaba, sinceramente, decepcionado. Obvio, el insolente ni siquiera me regresó a ver. Solo hizo cara de asco diciendo “pobre abuelo”. Mi hija siempre hecha la que no oye nada, sonrió y sin decir palabra me dejó de vuelta en la casa.
Llegué y me dediqué el resto de la tarde a contarle la situación y exponerle mis argumentos a mi mujer. Ella solo asentía, sin dejar de hacer sus cosas. Por eso la quiero tanto: siempre me entiende y apoya. Es que hay que dejarse de cosas. Los de la elite en el Ecuador somos pocos, así que tenemos la obligación de compensar calidad con cantidad. Tenemos que ser más inteligentes, más fuertes, más ricos y, sobre todo, más valientes.
Cuando yo era niño nos prohibían llorar a partir de los cuatro años y, ya desde niñitos, nos sometían a pruebas y desafíos para templar el carácter. Yo creo que tenía cinco cuando castré mi primer corderito o cuando mis hermanos me hacían subirme a los toros. Después era igual, en el colegio nos tenían todo el tiempo haciendo box, lucha y si perdíamos contra algún colegio laico o jugábamos flojo los curas nos mandaban dos semanas castigados al Oriente. Todos hacíamos el servicio militar, no nos dejábamos insultar o maltratar de nadie y estábamos siempre atentos de poner a la chusma en su sitio.
Como en la Universidad Central, donde cuando estudiante de derecho yo era miembro de ARNE. Por lo menos dos veces por semana reventábamos a algún comunista. Lo mismo hacíamos con los socialistas y los ateos. ¡Por eso es que en esa época el país era nuestro! No andábamos con llantos ni suavidades. ¡Asumíamos nuestra tarea!
Luego de casarme me fui calmando, total los tiempos iban ya cambiando, pero igual tuve un incidente en el que, frente a mis hijos en ese entonces niñitos, dejé claro cómo se hacen las cosas. En un camino vecinal, volviendo de la hacienda de unos parientes cuando atropellé unas ovejas de unos indios y rompí el radiador del carro. Para esa época los curas comunistas ya andaban llenándoles la cabeza de pendejada así que, por más que le expliqué que la culpa era de él por tener descuidados los animales (así lo estipula la ley), el indio insistía en qué le pague y poco a poco fue llegando la parentela.
Llegó un rato en que era yo, mi mujer, mis tres hijos chicos (mi hija no nacía todavía) y toda una turba de indios alrededor. Cuando escuché la primera palabra alevosa, un “qué se ha creído este.. chh…” supe lo que tenía que hacer. Saqué la carabina del asiento de atrás y, rapidito rapidito, les disparé en las piernas a dos indios (fue a las piernas, aunque mis hijos digan que no). Obvio, todos corrieron, las indias llorando a gritos para variar. Yo cargué el arma, junté munición e inicié a pie una lenta y bien sucedida retirada, con mi familia y la carabina a punto para su defensa, a la hacienda de mi pariente. ¡Nosotros sí que éramos hombres carajo! Pero eso no entienden ni mis hijos, que siempre hablan del episodio como si hubiera sido el peor día de sus vidas.
En fin, ahora nuestros descendientes son todos unos blandengues que no saben mandar ni merecerse lo que tienen. Por eso el país anda como anda. En mis tiempos, aunque hubiese habido Correa y todos hubiesen querido votar por él, el señor nunca habría ganado. ¿Por qué? Porque los indios y los pobres ni se hubiesen atrevido a votar por él, no señor. En cambio ahora…
Sencillamente brillante. Que bueno que me lo han recomendado.
ResponderEliminarSi supiera cuantas veces me ha dado ganas de desempolvar la carabina de mi abuelo...
ResponderEliminarUn saludo cordial Don Hernán
Don Hernán,
ResponderEliminarDeliciosa escritura y digno de recomendar. Haré referencia a sus escritos en mi Blog: ecuadoranticomunista.blogspot.com
Atentamente,
Pedro Oliva
Un Ecuatoriano Responsable