Reciban de mi parte un cordial saludo, amigos y coidearios que ocupan mi mente a lo largo de toda la semana. Los recuerdo constantemente con el afán de entregarles siempre una reflexión útil que les aclare aquellas verdades que la bruma de la sociedad moderna oculta a conveniencia.
A mi edad, estaba seguro de que ya había conocido todas las amenazas y plagas que carcomieron, carcomen y carcomerán al Ecuador: corrupción, abandono de la tradición, desintegración de la familia, sedición feminista, drogadicción, marxismo y sus derivaciones, sodomía y excesiva experimentación sexual, masonería, y un considerable etcétera. Pero a veces la suprema verdad de que “no hay nada nuevo bajo el sol” trastabilla. Como ahora, cuando una nueva amenaza al Ecuador ha llegado. Entremos en materia.
Todo empezó tres semanas atrás, cuando estaba forzosamente exiliado en casa de mi hija. Mi yerno llegó a altas horas de la noche. Había bebido en demasía. Alcancé a escuchar como antes de entrar al hogar, al despedirse de los colegas con los que había pasado esa noche, gritó “¡Qué bestia! ¡Qué buenas esas cubanas! Y baratito, ¿no? La próxima semana regreso de ley”.
Fue el primer incidente, pero sobrevinieron otros. Cuando acompañé una tarde a una de mis nueras a retirar a uno de mis nietos de los predios de la Concentración Deportiva de Pichincha pude notar que todos los entrenadores eran cubanos. No pasó mucho antes de que mi señora mujer llegase un día, con algunas reformas a su cabello, contenta y alegre, alabando las destrezas de su nueva peluquera cubana.
Días después supe que mi compadre Ezequiel, un hombre de talante con ochenta y siete años a cuestas y otra víctima de los banca privada de 1999 que apenas tiene para vivir, fue estafado por un grupo de cubanos. Lo envolvieron con charlas y ofertas económicos que, aunque no entiendo bien cómo sucedió, culminaron con los cubanos llevándose los pocos dólares que le quedaban a don Ezequiel bajo el colchón.
La semana anterior pasaron tres vendedores ambulantes tocando la puerta de nuestro departamento. Todos ellos cubanos. Después, me entero que una de mis nietas, de quince años de edad, anda con un novio cubano de casi treinta. Es demasiado.
Hoy salí en la mañana a dar mi paseo habitual por La Granja, el conjunto de edificios en el que les he contado en ocasiones anteriores que resido, molesto aún por estos sucesos. En ese momento, me saluda un nuevo guardia, recién contratado por la urbanización. Su acento era innegable. “¿Cómo etá mi Don? Qué beya mañaa, ¿,veá? Y uté siempe amaeciendo tan tempráo”. No pude evitarlo. Mi bien heredada gallardía y altivez castellana entraron en juego. “Escúchame, cubano”, le dije. “No me vuelvas a dirigir la palabra. No soy tu amigo. No estás en tu isla comunista: aquí, mantenemos las diferencias y distinciones entre clases y oficios”.
Pensaran que el isleño me golpeó, que empleó su ímpetu revolucionario para la fácil tarea de hospitalizar a patadas a un anciano. Pues, he ahí el punto, se equivocan: no pasó nada. El comunista bajó la cabeza, pidió perdón y siguió haciendo lo que todo cubano hace: nada. Arrastrarse frente al superior es una actitud consuetudinaria en el caso de seres humanos educados bajo ese sistema.
No soy xenófobo. Soy vagófobo, lacayófobo, charlatanófobo, degenarodófobo, escoriófobo. Defender la inmigración es absurdo, en el sentido de que no se puede defender un método olvidándose de la sustancia. Estar a favor la inmigración es como estar a favor de las transfusiones sanguíneas; a veces sirve, pero recibir a ciertos grupos es como recibir viruela, SIDA o hepatitis B.
Muchos defienden la inmigración apelando al positivo efecto que italianos, alemanes y españoles tuvieron en ciertas zonas de América Latina. O citan el caso de Estados Unidos. Lo que olvidan es que, en el caso ecuatoriano, por ejemplo, los inmigrantes han sido un lastre horrible que, cada vez que hemos amenazado con progresar, nos han enviado cincuenta años de vuelta. Los libaneses y palestinos, por ejemplo; yo era un niño cuando esos turcos, con gorro y barba, empezaron a llegar a Guayaquil. Fueron la peor plaga, con su costumbres mafiosas, su comportamiento criminal y su irrespeto por todo. Lo corrompieron todo y ahora, gracias a ello, son dueños del país. Lo mismo sucedió con los colombianos recientemente, con los chinos en ciertas zonas y, como olvidarlo, con los venezolanos y neogranadinos al inicio de la república.
Los cubanos son una de las peores influencias a las que se puede exponer el ecuatoriano. Los conozco bien, desde hace décadas, de mis estadías en Estados Unidos y mis labores gubernamentales. El cubano es un peligroso híbrido que combina la mezquindad y el resentimiento del indio, la astucia y codicia del montubio, y la lujuria, precariedad y aguante del negro. Francamente, me es difícil imaginar una raza más proclive a entregarse a los vicios capitales.
El cubano ya era así por la mala mezcla de la que nació. El comunismo y su sistema dictatorial no han hecho sino agravar la degeneración. En tanto un ser humano común nacido en una civilización corriente piensa en qué hacer, qué aprender, qué administrar, para ganarse la vida, el cubano solo piensa en a quién debe agradar y a quién debe arruinar. A la larga, de eso depende en el comunismo caribeño que alguien viva bien, viva mal o muera. Los ecuatorianos somos niños de pecho frente a esos monstruos, que se han pasado arrastrando y lamiendo botas desde 1959, vendiéndose unos a otros como ratas alborotadas.
Me opongo a los cubanos. Nuestro pueblo está ya suficientemente confundido. Exponerlo a la influencia cubana sería una soberbia que pagaríamos con una impensable propagación de vicios y prácticas aberrantes hasta hoy desconocidas. No podemos repetir el error que cometimos con los libaneses. ¡Patria o muerte! Lo digo en serio.
Don Hernán, es un gusto leerlo semanalmente. Desde que me refirieron su columna no dejo de visitarla.
ResponderEliminarEn su último artículo deslizó un pequeño error en el párrafo que reza ..."un hombre de talante con ochenta y siete años a cuestas y otra víctima de los banca privada de 1999"...
Debe decir "la banca privada" o en su defecto "los de la banca privada"
Saludos cordiales,
thor00